En busca del impulso perdido

                          Normas usos y costumbres de la sociedad moderna

 

Cuando un actor comienza a prepararse, yo siempre recomiendo que conecten con el niño que llevan dentro, ¿por qué? Porque un niño tiene vivencias  y  sensaciones por primera vez,  porque se sorprende con lo nuevo, porque experimenta, porque no se aburre (o al menos antes no se aburrían, quizás con la tecnología haya cambiado eso), porque se entusiasma, porque se entretiene, porque utiliza su imaginación y sobre todo:

porque sigue sus impulsos.

Al mismo tiempo les pido que piensen en la locura, pero no para perder la lucidez y no poder pensar, sino buscando la obsesión que permite centrarse en lo que haces, anular las distracciones, poner los cinco sentidos en la misma dirección y de nuevo: seguir impulsos.

¿Nos es cada vez más difícil conectar con nuestras necesidades, nuestros deseos y en definitiva nuestros impulsos?

Mi marido es coach y a menudo me cuenta la dificultad de muchos en saber lo que quieren, en generar objetivos y decidir hacia dónde quieren ir…

Me parece curioso que el problema no sea tanto el conseguir las cosas como el saber lo que me apetece.

Pues bien, eso ocurre a menudo en escena, en los ensayos, en los ejercicios.

Los actores sabemos muy bien hacer un análisis de texto, subdividimos todo en unidades, decidimos los sucesos que marcan las diferencias y nos ayudan a encontrar los matices y evolución, y ponemos objetivos o tareas con un ¿qué hago?, ¿para qué lo hago? Y todo queda allí escrito, lleno de anotaciones y colores, para poder trabajar, pero… luego ¿consigo la organicidad?, ¿consigo que eso sea creíble?, ¿consigo que haya un proceso interno que me ayude a que sea fresco, natural y con verdad?

Pues no siempre… y en gran parte esa falta de organicidad es la falta de conexión con nuestros impulsos.

Estoy últimamente experimentando y dedico un rato durante las clases a que hagan lo que quieran. Les digo que no pueden hablar y que no pueden irse del aula.

Para la mayoría, me confiesan, que lo más cómodo es ponerse simplemente a observar a los demás, es decir, algo que me convierte en un ser pasivo, algo de lo que a priori, un actor huiría.

Unos pocos pierden la inercia de mirar y van escuchando su cuerpo y sus necesidades. La primera vez cuesta mucho, pero en pocas sesiones, el actor vuelve a escucharse y empiezan a jugar, a hacer las  cosas que piensan durante al menos un segundo.

Se corre el riesgo de “actuar”, algo que tampoco es lo ideal, pero es casi preferible eso a quedarse parado y pasivo.

Una de las premisas es vencer la pereza, algo que un actor no se puede permitir tener. Es una de esas actitudes que hay que dejar fuera de una sala de ensayos, al igual que la vergüenza o una cabeza demasiado pensante.

Lo asombroso de todo es que en muy pocas sesiones se recupera esa escucha que nos lleva a reconocer el impulso y con él vuelven el juego y las ganas de experimentar. Todo ello va desarrollando nuestra creatividad a la vez.

La escucha es tan importante para un actor que a menudo en mis clases digo que quien no se sabe quedar quieto es que no se escucha y por consiguiente no sabe escuchar a los demás y por consiguiente no puede ser actor.

Creo que para conseguir ese impulso la clave está en no boicotearse, no dudar, saber escucharse y ser espontáneo.

Todo esto hay que entenderlo bien, al dejarme libre para hacer, nunca puedo ofender a un compañero, nunca estoy por encima de ninguno de ellos. Aunque si tengo mi escucha bien ajustada, es poco probable, pues esa escucha te llena de ternura o amor hacia uno mismo y como consecuencia hacia los demás.

Dejémonos llevar, disfrutemos de hacer lo que nos apetezca.

Recuperemos la libertad, la escucha y la creatividad y nos divertiremos haciendo teatro.

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